La enfermedad de Alzheimer (EA), y la enfermedad de Parkinson (EP) comparten el triste “privilegio” de ser las dos enfermedades neurodegenerativas más frecuentes, y puesto que en ambas el factor edad es determinante para su desarrollo, las dos incrementarán su prevalencia en los próximos años fruto del progresivo envejecimiento de la población.
Las dos enfermedades son por ello un objetivo prioritario en investigación, y como procesos neurodegenerativos que son, los avances en una ayudan indirectamente también a la otra. En este sentido, los resultados de recientes investigaciones sobre marcadores precoces de la EP están llevando a clasificar de manera diferente a esta enfermedad, de la misma manera que se lleva haciendo ya desde hace años en la EA. Esta posibilidad no tiene el objetivo de realizar únicamente cambios semánticos, sino de conseguir entender mejor el trasfondo biológico de la EP de manera que podamos abordar con mayor exactitud un tratamiento específico de la misma, y lo que es más importante, su aplicación en sus fases más iniciales antes de que se haya iniciado el proceso neurodegenerativo con sus nefastas consecuencias. En la actualidad este marcador biológico de la EP va dirigido a la proteína alfasinucleina, nada novedoso como hipótesis fisiopatológica, pero si con unos resultados altamente sensibles y específicos, gracias al refinamiento de la tecnología actualmente empleada. Estos hallazgos posicionan esta hipótesis para el desarrollo de tratamientos específicos que puedan aplicarse con gran precocidad en las personas que reúnan una serie de características que les sitúan como de “alto riesgo” de enfermedad. En la EA se ha vivido desde hace años una experiencia similar. En esta enfermedad se ha manejado desde hace décadas la hipótesis amiloide, y a pesar de múltiples intentos fallidos de tratamientos que hacían replantearse su implicación real, en los últimos años se han publicado resultados prometedores de terapias antiamiloide que podrían cambiar el cuso de la enfermedad, tratamientos en fases de desarrollo muy avanzadas incluso algunos pendientes de su aprobación por las agencias reguladoras de medicamentos.
Pero al margen de estos resultados, casi paralelos con diferencia en los tiempos de aparición, lo que realmente une a ambas enfermedades es aquello qué tanto a pacientes, como a sus familiares, y a los médicos que les asistimos nos preocupa, y es la sintomatología cognitiva que presentan. En la EA no cabe duda que es lo que realmente la define, pero tampoco debe olvidarse que en los pacientes con EP pasados 10 años de enfermedad, el deterioro cognitivo está presente en diferente grado en casi el 80% de los casos. La demencia asociada a la EP comparte algunas características comunes con la EA, pero sobre todo con la demencia por cuerpos de Lewy (DCL), una entidad que puede resultar indistinguible en algunos casos de la propia EP. Desde hace años es motivo de controversia el posible límite entre ambas enfermedades, de la misma manera que resulta difícil unificar todas las formas de EP, y todas las formas de EA. Estudios recientes establecen que tanto la EP como la DCL son prácticamente el mismo espectro de enfermedad con diferentes niveles de afectación, y ambas con un nexo común que es la proteína antes mencionada, la alfasinucleina. Pero la situación no queda ahí, porque con gran frecuencia en las personas que sufren demencia asociada a la EP o DCL, cuando se ha llegado a realizar el estudio histológico del cerebro, nos encontramos que también está presente el acúmulo de amiloide característico de la EA. Cada vez parece más evidente que esta relación no es únicamente aditiva o casual (“en ciencia no existen las casualidades”), porque en las personas con EP o DCL en sus fases más iniciales no se da esta combinación (alfasinucleina-amiloide), que sin embargo si se encuentra cuando se miran cerebros de pacientes con esta enfermedad en sus fases más avanzadas. Da la sensación que el acumulo gradual de alfasinucleina (EP) predispone al acumulo posterior de amiloide (EA), con buena correlación con el desarrollo de síntomas cognitivos en el paciente. Se establece una nueva conexión que también podría llegar a aspectos terapéuticos de manera que los referidos fármacos antiamiloide para la EA también se podrían plantear en los pacientes con EP o DCL.
Al final, el estudio de la neurodegeneración debe unir fuerzas y conocimiento de los éxitos y fracasos del estudio específico de cada una de estas enfermedades que, aunque diferentes en su inicio, comparten también síntomas cognitivos, y que en un futuro próximo podremos tratar de manera precoz quizás con tratamientos más parecidos de lo que hace años hubiéramos pensado.
Javier Ruiz-Martínez
Neurólogo, Hospital Universitario Donostia
Coordinador Área de enfermedades Neurodegenerativas IIS BioGipuzkoa
Patrono Fundación Aubixa