El envejecimiento es una etapa de la vida en la que los cambios que acontecen se relacionan con procesos orgánicos, funcionales y emocionales, pero también sociales y económicos. Todos estos cambios favorecen, en muchos casos, la aparición de problemas relacionados con la soledad, el abandono y la dificultad para tener acceso a los alimentos (Pérez-Cruz, Meléndez-Mier y Caballero-Romo, 2007). Esta última realidad ha aumentado el interés acerca de las necesidades nutricionales que presentan las personas mayores en dicha etapa de la vida y las consecuencias que pueden tener tanto la ingesta excesiva como la escasa en estos sujetos (Martín, Crespo, Prieto, y Chacón, 2015).
A pesar de su mayor frecuencia en la adolescencia, existen evidencias que demuestran la presencia de trastornos de la conducta alimentaria en adultos mayores (Jáuregui, 2008).El primer diagnóstico de este cuadro en una persona de este grupo de edad se realizó por primera vez en el año 1890 en el Guy’s Hospital y fue denominado como “senile marasmus” (Pérez-Cruz et al., 2007).
Los trastornos de la conducta alimentaria, y en especial la Anorexia Nerviosa del envejecimiento tienen una prevalencia de entre el 16 y el 20% en personas de 65 años o más, siendo más frecuente en mujeres que en hombres (Dell’Aquila et al., 2013). Este cuadro a nivel físico se correlaciona con la disminución de la masa ósea, déficits en el funcionamiento cognitivo, aumento de los ingresos hospitalarios, problemas inmunológicos y muerte prematura (Morley, 2015). Las causas del desarrollo del cuadro son varias, entre ellas se encuentran el aislamiento social, problemas del estado afectivo y la pobreza pero los estudios relacionados con el tema señalan la desregulación hormonal como la principal causa, así como los déficits sensoriales relacionados con el olfato y el gusto (Dell’Aquila et al., 2013). Otra de las causas relacionadas con los trastornos de la conducta alimentaria presentes en los adultos mayores está relacionado con la presencia de un cuadro depresivo (Pérez-Cruz et al., 2007). Los trastornos del estado afectivo muestran una prevalencia de entre el 2 y el 10% en este colectivo y una de las características a la hora de manifestarse en comparación con los adultos jóvenes radica en una mayor probabilidad de aparecer mediante la disminución del apetito y la pérdida de peso (Chávez-Medina, 2011).
A pesar de su cada vez mayor evidencia, no se ha desarrollado ningún tratamiento eficaz pero hay que mencionar que los profesionales de la salud son cada vez más conscientes y observadores de los síntomas de diferentes cuadros de estos trastornos en el caso de las personas mayores puesto que su detección temprana favorece el tratamiento del mismo y, por consiguiente, su más rápida recuperación.
Amaia Arregi Amas
Psicóloga General Sanitaria y Psicogerontóloga