688 889 806 / 943 317 324

info@aubixaf.org

Encarnita Polo en ‘Maspalomas’

A veces es la realidad la que se destapa a sí misma, a veces es la ficción la que nos coloca delante de los ojos lo que intuimos -o incluso sabemos- que existe pero no queremos ver. El viernes 14 de noviembre, a una hora de la noche en la que la gente común disfruta ya del fin de semana y los periodistas rezan para que ninguna noticia de alcance perturbe el suyo, las alertas lanzadas a los móviles obligaban a echar la vista atrás. Había muerto, a los 86 años, Encarnita Polo, residente en un centro de mayores en Ávila, la ciudad en la que se recogió en el tramo final de una vida tejida por el éxito -un ocurrente montaje en las redes sociales de Beyoncé bailando su ‘Single ladies’ pero con la letra del ‘Paco, Paco, Paco’ revitalizó el ‘hit’ de la artista española-, pero también por el dolor del cáncer y de una ruina económica. El obituario recurrente apenas duró, sin embargo, unos minutos. La briosa biografía musical de la fallecida, memoria sentimental de un par de generaciones, quedó sepultada por otra alerta mucho más epatante: la Policía abulense investigaba el óbito como una posible muerte violenta. Con el paso de las horas se reconstruiría el drama. Un sexagenario que acababa de ingresar en el ala de las instalaciones destinada a internos con problemas psiquiátricos se escapó de esas dependencias sin especial vigilancia, entró en la habitación de Encarnita Polo y la agarró letalmente por el cuello, presa de lo que tenía todas las trazas de ser un brote psicótico. La cantante y su asesino no se conocían ni se habían cruzado en los pasillos del centro asistencial.

La noticia, como tantas otras, quedó sepultada por el frenesí de la actualidad. La noche del crimen y en los días siguientes menudeó una pregunta, sobre todo entre aquellos que no se han visto obligados a afrontar el trance de tener a un ser querido en una residencia: ¿Cómo pudo ocurrir algo así? ¿Cómo es posible que un usuario de psiquiatría, aun cuando no constaran de él conductas violentas, llegara a segar la vida de una anciana con la que compartía el mismo espacio vital?

La investigación determinará el conjunto de las circunstancias del asesinato y si medió o no alguna negligencia, aunque cabe aventurar que para cuando se respondan todos los interrogantes a nadie, más allá de su hija y otros allegados, le interesará ya lo que le sucedió a una de las musas del pop y la copla hace medio siglo. No nos engañemos, la vida se devalúa en el mercado de la juventud con cada año que se cumple y tiende a perder valor social, te llames Encarnita Polo o Joe Biden. Imaginemos si la víctima de esta historia fuera una niña en un colegio o en un hospital en vez de una octogenaria. Y si aún hoy no sabemos muy bien qué hacer con nuestros mayores, singularmente con los quejados por las demencias, y los pliegues de la vejez se nos escapan por las hendiduras de la respuesta institucional y del compromiso familiar, continuamos mirando de soslayo la locura por más que la salud mental se haya colado en la agenda pública, en especial tras la pandemia.

Por eso, entre otras cosas -la falta de recursos suficientes-, se entremezcla el tratamiento de situaciones personales distintas. Por eso las residencias acogen realidades muy dispares que seguramente requerirían, también, una distinción en su asistencia. Porque no es lo mismo ser vulnerable por padecer alzhéimer, por afrontar una patología psicológica o por sufrir el castigo de la exclusión social. La realidad del asesinato de Encarnita Polo nos fuerza a contemplar lo que no queremos ver. Los abismos a los que puede empujar una mente humana trastornada, a los que debemos asomarnos para evitar que el fatal desenlace una noche de otoño en una residencia de Ávila se repita.

Pero, en ocasiones, decíamos al principio, es la ficción la que nos enseña el camino. En ‘Maspalomas’, Vicente -qué conmovedor José Ramón Soroiz- se siente forzado a camuflar su homosexualidad y su deseo en la residencia guipuzcoana en la que lo ha recluido un ictus desde su retiro bajo el ardor del sol en Canarias. Hay apetencias en los centros de mayores, la vida y sus ansias no se encapsulan cuando se entra en ellas. Quizás Encarnita Polo todavía sentía sus latidos. Y por eso su asesinato y el drama de su asesino deberían servirnos, al menos, para aprender algo.