No hace tantos años, había una campana en las iglesias que emitía un tañido especial para avisar de que se había producido un incendio. Todas las personas, con capacidad de poder ayudar, iban a apagar o a ayudar de alguna manera a apagar el incendio. Era la sociedad civil la que, en un acto de solidaridad, de apoyo, de cooperación necesaria, se organizaba para extinguir el incendio.
Eran tiempos en los que el estado, tal y como lo conocemos, no tenía los medios ni había desarrollado un nivel de bienestar como el actual en el que tenemos parques de bomberos dotados de medios y personas muy profesionales para resolver el problema. Ya no hace falta el tañido de una campana para solicitar ayuda, simplemente hace falta llamar a un número de coordinación de emergencias.
Hace aún menos años, se creó en Vizcaya, y poquitos meses después se desarrolló también en Guipúzcoa, una asociación para prestar ayuda en la carretera que se llamaba (se llama) DYA -“Detente y ayuda” -. Es curioso, utilizaba un imperativo: “Detente”; pero, no era un imperativo en el sentido de emitir un mandato de los demás hacia uno, sino el mandato de uno mismo emitido hacia la sociedad, que se obligaba a hacer.
Estos son algunos ejemplos de voluntariado que se han ido dando a lo largo del tiempo en distintas áreas de actuación.
No cabe ninguna duda de que, afortunadamente, se fue generando y desarrollando la sociedad del bienestar, de modo que muchos, la mayoría, de estos servicios son prestados por profesionales bajo un sistema amparado por el estado del bienestar, siendo suficientemente válidos y eficaces.
También hubo una época en la que el mundo sanitario tenía unas enormes raciones de voluntariado y sigue habiéndolas, cuando se trata de emergencias sanitarias o situaciones catastróficas en otros países. Pensemos en La Cruz Roja, en Médicos Sin Fronteras y otras muchas más.
Afortunadamente, aquí, el estado del bienestar ha creado un sistema sanitario del que todos nos sentimos orgullosos y con razones para ello. El problema ha sido que, en nuestra vanidad, hemos creído que el sistema era perfecto, que no y tenía ningún agujero, pero ha llegado una pandemia que está demostrando que los sistemas sanitarios, y muchos de los sistemas sociales que nos hemos dado, no sirven ante situaciones extremas o, mejor dicho, no son suficientes ante este tipo de situaciones.
Ante esta pandemia, estamos creando normas de confinamiento, de conducta, etc. que, probablemente, están bien y son eficaces, pero también estamos diciendo que nos van a faltar médicos, que nos faltan enfermeros. Es evidente que los médicos y los enfermeros tienen una formación técnica que es irremplazable, pero seguro que desarrollan funciones de las que se les puede aliviar – las burocráticas, por poner un ejemplo – y que podrían ser asumidas por otro tipo de personas ¿quizá, voluntarios?
En los últimos meses, hemos oído hasta la saciedad la necesidad de rastrear y los problemas para el desarrollo de esta actividad, no hay rastreadores. Hemos echado mano hasta del ejército, perfecto. Pero, señores ¿no podemos crear un cuerpo de voluntarios rastreadores?, ¿no se puede dar una formación a todos los voluntarios en unos días y con una lista de comprobación hacer todas las labores del rastreador?
¿Es que todo es responsabilidad del estado?
¿Es que todos tienen que ser remunerados?
¿Es que no podemos volver a tañer la campana ante este incendio para que la sociedad civil se movilice, con toda su buena voluntad, para ayudar y que no sea la pandemia un problema sanitario?
Porque, no nos engañemos, el mayor temor que todos tenemos en esta pandemia es que cuando nos afecte esté el hospital lleno. Nuestra vanidad y pensar que en estos momentos, quizá, no podamos disfrutar de una sanidad eficiente para cuidarnos, es lo que nos crea los miedos.
Todos tenemos miedo a la enfermedad pero no a ser asintomático, no a estar más o menos enfermos una semana en casa, nuestro pánico es a que las UCIS y los hospitales estén llenos y faltos de medios, especialmente, personales.
Aliviemos, temporalmente, esos servicios sanitarios con el apoyo de voluntarios. ¿No es posible? No me lo creo. Cosas más difíciles se han hecho.
En estos momentos tan complicados, apelemos a la sociedad civil, impliquemos a esta sociedad civil en las labores que hagan falta, en las más auxiliares, en las que exijan menos cualificación. Todo ello sin olvidar que hay médicos y personal de enfermería, jubilados o no pero que puedan disponer de unas horas al día, y otros muchos profesionales de otras áreas que de muchas maneras pueden ser útiles.
No tengo dudas de que, como ha ocurrido siempre, si fuésemos capaces de organizar algo en este ámbito y hacer el llamamiento al apoyo, a la solidaridad, a la cooperación, la sociedad civil, como en otras ocasiones, respondería y volveríamos a tener voluntarios para lo que hiciera falta.
Fermín del Rio Sanz de Acedo