Todos hemos oído hablar de las bacterias que viven en nuestro intestino, que entre otros han recibido el nombre de flora intestinal, y de cómo estas bacterias son necesarias y contribuyen a nuestro adecuado funcionamiento. Desde la experiencia de la investigación queremos acercaros como ha ido cambiando nuestro conocimiento sobre ese ecosistema de microrganismos, no sólo bacterias, que colonizan principalmente nuestro tracto digestivo y que llamamos microbiota.
La microbiota lleva décadas siendo objeto de un extenso esfuerzo investigador que nos ha permitido entender mucho mejor cómo funciona y cómo interactúa con nuestro organismo. Denominamos microbiota al conjunto de microorganismos que conviven, formando un complejo ecosistema en algún nicho de nuestro cuerpo. Existe la microbiota nasal, la microbiota de la piel, etc. Pero en este texto nosotros nos vamos a centrar en la microbiota intestinal, la más abundante y diversa de nuestro organismo.
Gracias a las mismas técnicas que nos han permitido desentrañar nuestra información genética hemos podido descubrir que la microbiota esta compuesta por decenas de miles de especies de microrganismos y que esa riqueza es clave para una buena salud. Estos estudios nos han mostrado que la microbiota cambia a lo largo de la vida, se establece y gana diversidad en los 2-3 primeros años de vida, se mantiene relativamente estable en el individuo adulto y vuelve a perder diversidad en la vejez. Hemos aprendido también que la relación entre estos microrganismos y el resto de nuestro cuerpo es mucho más intima de lo que pensábamos, ya que se comunican a través de metabolitos, proteínas y mensajes encapsulados (vesículas extracelulares) con el resto de células de nuestro organismo, lo que lleva a considerar a la microbiota como un órgano más de nuestro cuerpo, descartando la idea de relación simbiótica.
Una vez considerada como un órgano más de nuestro cuerpo, podemos fácilmente llegar a la conclusión de que es el órgano que más ha cambiado en los últimos 100 años. Nuestros hábitos de vida y nuestra alimentación han cambiado de manera dramática en este último siglo, lo que unido al uso extensivo de antibióticos y a la incorporación de tóxicos han ido influyendo en nuestra microbiota. Ya hemos comentado que la diversidad, entendida como el número de poblaciones presentes en la microbiota y su abundancia relativa, es una de las claves para la salud, pero también lo es el equilibrio entre los microorganismos que forman este ecosistema. Cuando este equilibrio se rompe, por una infección, por una alimentación deficiente, etc.. nos encontramos ante lo que hemos denominado disbiosis, que relacionamos con procesos patológicos.
Existe una clara relación entre la microbiota y el cerebro, principalmente fundamentada, aunque no de manera exclusiva, en lo que se ha denominado el eje intestino-cerebro. Este eje engloba las múltiples vías de comunicación entre la microbiota y el sistema nervioso central, que incluyen al sistema nervioso entérico, encargado del funcionamiento básico gastrointestinal (motilidad, secreciones, …) y principalmente representado por el nervio vago, el sistema inmune, el sistema endocrino y los metabolitos producidos por la microbiota. El estudio de este eje es de gran interés para establecer las bases biológicas y fisiológicas de enfermedades psiquiátricas y neurodegenerativas, así como alteraciones relacionadas con la edad.
Estos descubrimientos han fomentado el estudio, principalmente descriptivo, de la microbiota en las enfermedades neurológicas. Actualmente sabemos que existe una disbiosis en la microbiota de pacientes de enfermedades como demencia, Parkinson, Alzheimer, Esclerosis Múltiple, depresión o autismo; aunque desconocemos cómo esta alteración en las poblaciones microbianas afecta a la fisiopatología de la enfermedad. Se trata de un campo relativamente nuevo (el estudio de la microbiota se dispara en 2007 con el proyecto microbioma humano) y limitado a las herramientas disponibles que no nos permiten profundizar todo lo que nos gustaría en el conocimiento del microbioma. Queda mucho por saber, pero el camino promete ser apasionante. A falta de estudios longitudinales, que requieren de tiempo y dinero, podemos hablar de relación, pero no aclarar qué es antes, ¿la disbiosis produce la enfermedad o la enfermedad produce la disbiosis?. Como casi todo en biología probablemente la respuesta este en el medio y ambas afirmaciones tengan un porcentaje de verdad, como ya apuntan algunos estudios en animales.
Leyendo estos estudios, de manera inmediata nos surge la pregunta; ¿podemos modular la microbiota e influir en la enfermedad?, ¿podemos hacer algo?. Sabemos que la microbiota se ve claramente afectada por el consumo de antibióticos y tóxicos, como el tabaco, y nuestro estilo de vida que son capaces de alterar su composición. Se han estudiado diversas estrategias para modular la microbiota, como la toma de probióticos o prebióticos, que habitualmente producen cambios temporales, los cambios en la dieta, que mantenidos en el tiempo pueden ser más efectivos en el cambio producido; y, en casos más extremos, el trasplante de microbiota. Merece la pena pararnos en estos puntos. Partamos de la base de que no podemos hacer un listado de microorganismos “buenos” ya que lo que necesitamos es un ecosistema equilibrado y no hay una definición clara de lo que eso supone. Sin embargo, es terreno abonado para que gente sin escrúpulos ofrezca productos, tratamientos o dietas sin fundamento científico con el riesgo que ello supone. Debemos, como en casi todo, acercarnos con escepticismo a estos anuncios y tratar de encontrar la evidencia científica que los sustenta. Fuera de ese mundo, y dentro de la medicina basada en la evidencia, sí que podemos encontrar tratamientos efectivos con probióticos y prebióticos, pero siempre ajustándose a la situación previa de la microbiota, es decir para procesos concretos en individuos concretos. De manera parecida hay ensayos clínicos estudiando la posibilidad del trasplante de microbiota en varias enfermedades neurológicas, pero es pronto para poder discutir los resultados. Finalmente, existe la intervención dietética. En este caso es evidente que hay que intentar comer de una manera más ordenada, evitar tóxicos como el alcohol en exceso e incorporar variaciones en nuestros hábitos de compra y de cocina que influyan en una dieta más equilibrada. Nuestro grupo esta inmerso en un estudio observacional en el que vamos a estudiar el efecto de la dieta en un grupo de pacientes con esclerosis múltiple. En estos pacientes vamos a estudiar de manera exhaustiva marcadores bioquímicos, la propia microbiota y una batería de pruebas para estudiar el efecto de un cambio de dieta durante seis meses en los pacientes.
El refranero esta plagado de referencias a la importancia de nuestro estomago en nuestra forma de actuar; “somos lo que comemos”, “mariposas en el estomago”, “tengo un nudo en la tripa”, etc…. La ciencia está demostrando que efectivamente nuestro cerebro y nuestra microbiota están muy relacionados y en los próximos años veremos avances en la neurociencia derivados de estos estudios, mientras tanto, podemos empezar por comer un poco más sano.
Dra. Laura Moles y Dr. David Otaegui
Grupo de investigación en Esclerosis Múltiple
Instituto de Investigación Biodonostia.