Llevamos décadas en medio de una transformación brutal de nuestras relaciones con el paso de sociedades basadas en la comunidad, a sociedades basadas en los individuos.
Da lo mismo viajar en los autobuses de línea, que ir al gimnasio o al centro de salud; da lo mismo Donostia, Barcelona que Londres: solo se ven personas ensimismadas con los cascos en la cabeza escuchando música, viendo series en los móviles o en las tabletas, mirando Instagram o TikTok o haciéndose selfis. Personas sin ninguna interacción entre ellos, que recuerdan el título de aquel libro de Sherry Turkle: “Alone Together”(“Solos juntos”).
Decía Byung-Chul Han en el 2017 “que un yo estable surge en presencia del otro”. Tenía razón, no somos nada sin los demás. La persona, el individuo, surge únicamente de la interacción con los otros y no deja de ser curioso que en la actualidad nos preocupemos mucho más de la autorrealización personal que de la construcción recíproca.
Hacemos cada vez -al menos yo lo veo así- un uso instrumental de la amistad (una suerte de amistad sin empatía) donde cada vez hay más gente indefensa, desamparada y viviendo en la periferia.
Las relaciones, nos lo recordaba Lola López Mondéjar en “Invulnerables e invertebrados”, están cada vez más marcadas por la funcionalidad, parece que únicamente estén medidas en términos de coste/beneficio. Cada vez más, da la sensación de que la vida solo es lo urgente y el corto plazo, lo inmediato; y ahí, los vínculos significativos y el compromiso personal y colectivo se infravaloran. En el corto plazo muchas veces nos basta con nosotros mismos, en el medio y largo plazo, es donde aparecen los otros. Es como si la interdependencia, reconocer la necesidad que tenemos de los otros, se hubiera vuelto clandestina, que no nos necesitáramos para nada, y no entendemos que solamente seré más “yo mismo” cuanto más “nosotros” sea capaz de incorporar.
Ahora que tanto hablamos de soledad, nos olvidamos de que las tasas insoportables de personas aisladas, solas y sin apoyo, son un indicador, además del sufrimiento personal, de la salud moral de nuestra sociedad, a la vez que la de un fracaso colectivo.
A veces creo que le estamos cogiendo miedo a la conversación, nos conectamos pero no conversamos, y tengo, puestos a contar, otra duda: cuando no conversamos, ¿eludimos únicamente al otro o de paso nos evitamos a nosotros mismos?
Javier Yanguas Lezaun
Director de Proyectos Aubixa Fundazioa