Cinco enfoques clásicos resumen las maneras de comprender la soledad. El primero, subraya el rol de la ausencia de relaciones y la falta de comunicación, tanto en la generación como en el mantenimiento de la soledad. La génesis de este enfoque es la relación directa entre: los sentimientos subjetivos de soledad, y los déficits sociales objetivos.
El segundo modelo, el más citado en la actualidad, propone que la soledad sería el malestar/sufrimiento que se experimenta cuando existe una discrepancia (una distancia) entre las relaciones interpersonales que una persona desea tener y las que percibe que tiene. Aspiro a…., tengo menos de lo que esperaba…, y esa distancia me lleva a sentirme solo.
El tercero y el cuarto a veces se confunden: uno plantea que la soledad es el resultado de la combinación de la ausencia de una red social adecuada (nos faltan personas en nuestra vida) o nos falta una figura íntima (una relación significativa); y el otro, que la soledad es un déficit de nuestras relaciones sociales: los seres humanos como seres sociales tenemos necesidad de los otros y de pertenencia, si no la satisfacemos, nos sentimos solos.
La quinta y última perspectiva entiende la soledad como consecuencia de la necesidad humana universal de pertenencia y, por lo tanto, la considera una parte inevitable de nuestra existencia. Según este enfoque, la soledad la experimentamos todos, es parte de nuestra condición humana, y tiene que ver con experiencias que todos tenemos a lo largo de la vida: cambios, pérdidas, crisis vitales,…, es lo que se denomina soledad existencial.
Las personas que sufren soledad existencial suelen tener profundos sentimientos de aislamiento, de separación de otras personas. A veces, tienen una necesidad de comunicación profunda no satisfecha y es común experimentar sentimientos de vacío y falta de sentido. Nada que no hayamos sentido todos muchas veces.
Irvin D. Yalom (1984), entendía que hay tres tipos de soledad existencial. El aislamiento existencial, asociado al hecho de que somos dueños de nuestra vida, que nadie nos puede sustituir en nuestras decisiones, que nadie puede arriesgar por nosotros, ni fracasar o triunfar, que debemos aceptar y afrontar, y que es la soledad existencial propia de las personas autónomas. Yalom avisaba del error de utilizar a los demás para calmar esta soledad y avisaba de algo que a veces ignoramos: la relación con otras personas no “calma” este sentimiento profundo de soledad.
También hablaba de otro tipo de soledad, lo que él llamaba: aislamiento intrapersonal. Éste tiene lugar cuando la persona suprime los propios sentimientos y deseos, cuando no los detecta o los desconoce, cuando desconfía de sus propios juicios y percepciones. En resumen, se trata de estar “aislado” de lo más íntimo de uno mismo, ante lo que queda solo una opción: abrir una “ventanita” a nuestra mismidad.
El último tipo, lo denominaba aislamiento interpersonal y se refiere al aislamiento de otras personas. Se da, cuando no existe una interacción social satisfactoria o nuestras relaciones son superficiales, o cuando no existe un vínculo auténtico, o cuando las relaciones son utilitaristas y no acabamos de “contactar” con el otro.
Aunque es importante comprender la soledad desde las relaciones, desde la falta de comunicación, de la necesidad de los otros, etc., no debemos olvidar que también existe esa otra soledad, la soledad existencial, de la que – decía el filósofo Ben Lazare Mijuskovic- no podemos escapar. Aprendamos a vivir con ella.
Javier Yanguas Lezaun
Doctor en Psicología
Director de Proyectos Fundación Aubixa