
Sandra Hernández de Diego
Máster en psicología clínica, neurociencia y musicoterapia
Patrono de Fundación Aubixa
Desde el primer latido que escuchamos en el vientre materno, el sonido empieza a formar parte de nuestra vida. De hecho, desde la semana 20 de gestación, el feto responde a estos estímulos sonoros. Alrededor de la semana 25, ya se ha documentado que los fetos distinguen la voz materna de otras voces femeninas.
Esta primera relación con el sonido, especialmente con la voz, evoluciona y marca el comienzo de una conexión profunda entre las personas y la música, arraigada a la historia de la humanidad.
Las primeras expresiones musicales no se reducían meramente a lo artístico, sino que tenían un propósito más profundo, relacionado con rituales, celebraciones, duelos o sanaciones. Por ejemplo, en el Antiguo Egipto, los jeroglíficos que representaban felicidad se usaban para nombrar la música o en la tradición china, el término música combina los ideogramas de “disfrutar” y “sonido”. Pitágoras hablaba del orden matemático de los intervalos musicales, y Platón, de su capacidad para formar el alma de los ciudadanos. Desde cualquiera de los enfoques documentados se pone de manifiesto una intuición compartida: el potencial sanador de la música.
De hecho, en muchas civilizaciones antiguas se empleaban cantos, ritmos o instrumentos en rituales de curación. Y aún hoy, en diversas culturas indígenas, se sigue invocando al sonido como vehículo de equilibrio y curación. La figura mítica de Orfeo, que calmaba a las fieras con su lira y bajó al Hades para rescatar a su amada mediante la música, refleja este poder simbólico y emocional.
Pero ¿qué es realmente la música? ¿Es una secuencia de sonidos? ¿Una emoción? ¿Una forma de comunicación? Parece que un acercamiento más adecuado es conceptualizarla como un fenómeno complejo que engloba componentes como el sonido, la estructura, la emoción, el contexto social, la mente, el cuerpo y cultura.
El sonido es vibración, es energía mecánica que viaja por un medio, y que puede percibir no solo los oídos, sino también la piel, los huesos, las vísceras. La percepción auditiva puede activarse incluso en personas con sordera profunda. Un ejemplo de ello es la percusionista escocesa Evelyn Glennie, que ha desarrollado una carrera musical internacional “escuchando” con todo su cuerpo.
Evelyn Glennie perdió la audición a los 12 años de edad y en su conocida charla TED explica cómo puede sentir las vibraciones con los pies descalzos sobre el escenario, o con el pecho y las manos. Relata una percepción musical profunda y multisensorial que nos recuerda que el acto de escuchar va más allá del sentido del oído.
Además de cómo percibimos la música, importa cómo tocamos o hacemos música. Cuando tocamos o cantamos junto a otras personas, se produce un fenómeno conocido como entrainment o sincronización: nuestros cuerpos tienden a alinear ritmos fisiológicos (como la respiración o la frecuencia cardíaca) con estímulos externos. Esta tendencia biológica no solo facilita la coordinación, sino que favorece la conexión emocional y social. Quizás por eso disfrutamos tanto de escuchar música en grupo, o sentimos esa vibración compartida en un concierto que nos hace bailar y sentirnos conectados a personas desconocidas mientras suena nuestra canción, convirtiendo ese estímulo externo que es la música en una experiencia relacional.
Pero, aunque escuchar música, hacerla, aprenderla o emocionarse con ella, son experiencias valiosas en sí mismas y los efectos de la música en las personas son fascinantes y beneficiosos, es importante diferenciar el uso de la música de la musicoterapia.
Según la Federación Mundial de Musicoterapia (WFMT, 2011), la musicoterapia disciplina se refiere al uso profesional de la música y sus elementos (sonido, ritmo, melodía, armonía) como una intervención basada en evidencia, orientada a promover la salud y el bienestar en diferentes ámbitos: médico, educativo, comunitario.
Lo que diferencia del uso de la música y la musicoterapia es el proceso sistemático construido en base a experiencias musicales, enfocada hacia objetivos terapéuticos y llevado a cabo por un/a musicoterapeuta profesional.
En Europa, la musicoterapia está cada vez más integrada en sistemas de salud y educación, con presencia estable en hospitales, residencias, centros de rehabilitación, escuelas y programas comunitarios. En España, aunque aún queda camino por recorrer en cuanto a reconocimiento institucional y regulación profesional, existe una comunidad activa de musicoterapeutas formados en másteres especializados, con asociaciones nacionales y regionales, publicaciones académicas y creciente presencia en la investigación.
Hecha la distinción, la música, tanto en la vida cotidiana como en contextos terapéuticos, sigue demostrando su capacidad de transformar, acompañar y generar bienestar. Comprender su potencial y usarla con respeto y conocimiento es también una forma profunda de cuidado hacia los demás, y hacia nosotros mismos.