LA IMPRONTA MUSICAL COMO HERRAMIENTA RELACIONAL Y  DE TRANSFORMACIÓN COMUNITARIA

Mi amiga Paula y su grupo ascendieron al M’Goum, la cuarta cumbre más alta del Atlas marroquí. En el descenso final, se encontraron con unos músicos locales que estaban ensayando para la actuación que tenían a la noche. Estaban acompañados por sus amigos  y  habitantes de la zona que se habían acercado. Al ver al grupo de trekking, mediante gestos, les animaron a unirse a cantar y tocar sus instrumentos de percusión.

Paula, les miró y se señaló su garganta en un intento de comunicarles que no podía unirse porque  cantaba fatal. Los músicos y locales no lograban entenderla. Le decían ¿“te duele la garganta”? No concebían que alguien no participara cantando porque creía que cantaba mal.  Tenían tan interiorizado que el hecho de cantar y tocar instrumentos era un momento de comunión, de comunidad y de pasarlo bien,  que no lo vinculaban en absoluto al desempeño.

Hoy me gustaría reflexionar sobre el arte, y en concreto sobre la música, no como algo alejado o de pago que se da en los museos y conciertos, o como un producto de consumo especializado y para especialistas,  sino como algo inherente a la condición humana y que forma parte de nuestras vidas, incluso cuando existe un diagnóstico de demencia.

La música estimula los procesos cognitivos, motores y atencionales y  puede activar el sistema límbico implicado en respuestas emocionales, procesos de aprendizaje y memoria.  La evidencia científica señala  que la terapia musical puede tener un papel muy importante en la neurorrehabilitación  ya que es precursora de la neuroplasticidad, es decir, permite la reorganización de redes neuronales y transferir los beneficios del entrenamiento musical a otros dominios.

Pero, ¿qué otros beneficios nos  aporta la música a las personas? La música abarca tanto componentes cognitivos, físicos y biológicos como componentes estéticos, culturales, sociales, emocionales, comunicativos, creativos y espirituales. La música nos  permite emocionarnos, nos mueve, nos motiva, elicita recuerdos que nos conectan con nuestra biografía, nos ayuda a expresarnos, a identificarnos con otras personas, a comunicarnos y a relacionarnos.

 Está ampliamente aceptado que las prácticas culturales y artísticas tienen un impacto positivo en la calidad de vida de las personas con demencia. La música, como el resto de manifestaciones artísticas, constituye una actividad agradable, significativa y social. Además, es  accesible a cualquier persona independientemente de su capacidad cognitiva, física, su nivel cultural o de escolarización. Es la llave que nos permite abrir la puerta a la comunicación desde otros lenguajes (movimiento, artes plásticas, el tacto, el canto…), potenciando el trabajo desde lo propio. Y es que, como decía Leonardo Da Vinci,  “todo arte es autobiográfico”.

Además, la literatura y la práctica clínica nos indican que las personas con demencia conservan las capacidades creativas a pesar del deterioro cognitivo y pueden escuchar música y permanecer sensibles a ella hasta las etapas finales de la demencia.

Sin querer restar importancia al potencial terapéutico de la música cuando éste se ejerce en el marco profesional de la musicoterapia, quería apuntar al valor que tiene la música como oportunidad relacional entre personas cuidadoras y personas con demencia. La música es la herramienta que  posibilita nuevas oportunidades de relacionarnos de tú a tú, de compartir nuestra  historia sonora pero también de nutrirnos de nuevas canciones, sonidos y experiencias. Nos permite conectar desde un lugar en el que no es el resultado sino el proceso lo que da sentido. Pero un sentido que en las personas con demencia  no tiene por qué  o no puede estar vinculado a lo cognitivo ni ser complejo. Me refiero a un sentido de vida muy cotidiano, que tiene que ver con el presente, con indicadores tan cualitativos como una sonrisa, un abrazo o un “cuándo repetimos”, que te llevan a pensar que para la persona tiene sentido estar en ese lugar y en ese momento haciendo lo que hace.

Esta propuesta individual no quita para que reflexionemos a nivel comunitario, ¿y si como sociedad ponemos también el foco en lo que sí tenemos las personas con o sin demencia, y le damos prioridad al cuidado desde la óptica de que somos seres relacionales, con necesidades de conexión y  de formar parte?, ¿y si como sociedad ponemos también la mirada sobre las posibilidades actuales que ofrecen nuestros teatros, cines, museos, centros de música y arte, espacios culturales y dialogamos sobre cómo hacerlos más accesibles, inclusivos e interesantes para las personas con demencia?¿ Podemos concebirlos como espacios de participación?

Quería terminar con las palabras del músico Jose Gonzalez en una entrevista de Marta Terrassa  en la revista Mondosonoro el mes de abril de este año, en la que decían: “Por qué tendemos a pormenorizar el impacto del arte, de las curas y de los afectos en un mundo en el que todo parece que tenga que ser cuantificado… Sería interesante saber el valor de las ideas, del arte y cómo se puede mejorar a los individuos y a las sociedades… ¿Qué valor puede tener la banda sonora que te acompaña en una ruptura? ¿La canción que consigue que tu sobrina se duerma en tus brazos?”

Qué necesario me parece que prosiga el diálogo entre diferentes perspectivas y formas de conocimiento,  que  el mundo científico, el artístico y la perspectiva comunitaria dialoguen, porque, como decía el filósofo Raimon Panikar “El conocimiento sin amor es cálculo, y el amor sin conocimiento es sensiblería”.

Alejandra Hernández de Diego
Patrona de Aubixa Fundazioa