
La mayoría de las culturas hablan de virtudes que nos ayudan a gestionar nuestras interacciones en la familia y en la sociedad. Esas virtudes, como la generosidad, la disciplina mental, el esfuerzo, la serenidad y la sabiduría (inteligencia emocional), actúan como ayudas para gestionar emociones, sentimientos, ideas y acciones dañinas para la persona, la familia y la sociedad.
Entre las emociones más nocivas se suele destacar la ira, emoción que puede destruir familias, sociedades e incluso a la propia persona.
En las familias con personas mayores que padecen demencia la gestión de los sentimientos de ira es fundamental para su cuidado y para mantener esa familia unida. Porque, es muy frecuente que surjan esos sentimientos en los familiares debido a la fatiga física y mental, la falta de colaboración de la persona cuidada y sobre todo por las diferencias de opinión sobre quién y cómo se debe cuidar al enfermo.
Tras años de experiencia como neurólogo trabajando en consultas de Osakidetza y en la neurología privada, creo que el primer paso para gestionar esas dinámicas familiares difíciles es que las personas se percaten de sus sentimientos de ira. Para ello es necesario prestar atención cuando un hermano, hermana, padre, madre etc. nos dicen que estamos malhumorados o enrabietados ya que, casi siempre, hay algo de verdad en esos comentarios.
En esas situaciones concretas, en lugar de levantar el tono de voz y reñir, conviene parar un momento y reflexionar: ¿Cómo estoy emocionalmente?, ¿Cómo me encuentro físicamente?, ¿Qué elaboraciones mentales estoy haciendo?
En esas situaciones en que percibimos mensajes negativos de nuestros familiares, aconsejo concederles, al menos, el beneficio de la duda y dejar pasar la ira que se está encendiendo en nuestro interior o en el de nuestros familiares cuidadores. Luego, a solas y en un ambiente relajado, analizar de manera más serena la problemática de la persona cuidadora, los diferentes puntos de vista de nuestros familiares, y nuestros propios sentimientos y actuaciones. Tras esa reflexión, podemos plantearnos posibles planes de acción y como consensuarlos con la familia. Así, en la siguiente reunión familiar, podemos plantear nuestro punto de vista y llegar al consenso con el cuidador o cuidadora principal primero y con la familia entera después. En el caso de ser nosotros los cuidadores principales, podemos hablar con el familiar más cercano y posteriormente con el conjunto de la familia.
Y, no tenemos que tener miedo a pedir la opinión de un profesional ajeno a la familia, porque puede aportar ideas expertas sobre el cuidado del enfermo y ejercer un arbitraje en las discusiones familiares. Porque, lo más conveniente es adelantarse a pedir esta ayuda externa profesional antes de que la dinámica familiar se tensione.
En este caso, hemos de buscar los recursos y la información en los profesionales disponibles en nuestro entorno, bien el médico o la médica de atención primaria de nuestro Centro de Salud, los neurólogos y psicólogos expertos en demencias y dinámicas familiares, en las oficinas de los servicios sociales de nuestra localidad o en las asociaciones de familiares y enfermos de Alzheimer porque, es fundamental establecer consensos que incluyan a la familia en su totalidad y buscar cuanto antes esa ayuda experta.
Asier Lasa
Neurólogo IMQ