LAS BUENAS RELACIONES

El estudio longitudinal más mayor (longevo) en gerontología es el Harvard Study of Adult Development, que nació en 1938, así que tiene ya 82 años. Nos ha enseñado muchas cosas, y su lectura es apasionante, pero entre ellas caben destacar tres fundamentales: que a las personas que mejor les va en la vida (en términos de salud, autonomía e independencia funcional,  bienestar, ausencia de enfermedades, etc.) son aquellas que tienen buenas relaciones de apoyo (familia y amigos) y se comprometen con su comunidad; y que la soledad mata. En resumen las claves de una buena vida son relaciones y compromiso.

 Dice el terapeuta suizo Robert Neuburger que las relaciones se pueden definir como un intercambio: yo existo en la mirada del otro, el otro existe en mi mirada.  Cuando sentimos que no existimos en la mirada de otro, que nos hemos vuelto transparentes o invisibles, inevitablemente sufrimos.  Así que las relaciones, al menos las verdaderas relaciones, son por lo tanto un trato privilegiado entre dos seres, un apego recíproco investido de afecto que depende de nuestro compromiso personal.

 Pero para que sintamos que existimos no basta solo con establecer (compromiso) relaciones interpersonales, es necesario que estas relaciones, también se sitúen en un círculo del que nos sentimos parte, donde compartimos con otras personas unos valores, creencias, metas, intereses. Es así cuando nos sentimos parte de una comunidad sea real o psicológica.

 Lo que sucede es que la pertenencia no es gratis. Impone compromiso (otra vez), implicación, aunque también genere solidaridad y, si todo va bien, lealtad entre sus miembros: lealtad de la buena, no una lealtad servil como a algunos les gusta, sino con sentido crítico, que dice no al individualismo que se despreocupa de los demás.

 En cualquier caso, nuestra identidad reposa sobre este doble vínculo: por un lado, el apego y, por otro, el compromiso.

 Para conseguir esto, tener identidad, vivir la vida, necesitamos buenas relaciones y éstas reclaman que asumamos riesgos: si no me comprometo, si no me implico, sino “me apego”, me quedo solo; pero, bien pudiera ser, que aunque me implique, ande perdido. Algo así como las inversiones bursátiles, sin riesgo no ganas.

Así que, en esto de las relaciones, la seguridad no es, ni de lejos, un valor absoluto. Lo decía la filósofa francesa Anne Duformantelle en su libro “Elogio del riesgo”: “Necesitamos correr el riesgo inherente a vivir la vida”.

 Así que lo que nos permite vivir la vida nos hace dependientes los unos de los otros y la libertad, es elegir de qué depender, mejor dicho de quien depender.

 Ya sabemos de qué va la cosa del vivir: compromiso, riesgo y dependencia.

 

Javier Yanguas
Director de Proyectos Aubixa Fundazioa